Un
tema de creciente importancia y preocupación es el de los valores éticos y
morales que deben profesar los profesionales en cada área de estudio, ya que
son estos valores los que, de una forma u otra, guían a nuestra sociedad por el
camino del desarrollo, del conocimiento y de las buenas costumbres. Es cierto
que cada cultura enseña sus propios valores, los cuales son comúnmente
aceptados por la población.
Es
fundamental definir en términos sencillos el significado de la ética, la cual
es una rama de la filosofía que estudia el bien y el mal en relación con el
comportamiento humano y la moral. Etimológicamente, la palabra ética proviene
del griego ethos, que significa acción, costumbres, hábitos, modo de ser
o carácter. La ética se subdivide en varias ramas, entre las cuales podemos
mencionar la ética profesional, que es la que nos limitaremos a analizar en
este contexto. La ética profesional está estrechamente relacionada con la
deontología, que consiste en el establecimiento de costumbres o reglas que no
necesariamente deben estar promulgadas por un organismo colegiado (aunque en
muchos casos lo están, y son estos organismos los que controlan la actividad
profesional), sino que también son prácticas aceptadas en el campo ocupacional
que hemos elegido para nuestras vidas.
Sin
embargo, en ciertas profesiones, como la del Derecho, encontramos códigos de
conducta claramente expresados que delinean las principales aptitudes y
comportamientos que debe adoptar el profesional en esta área. En la República
Dominicana, el código de ética para los profesionales del Derecho está regido
por el decreto presidencial número 1290, promulgado en 1983 por el entonces
presidente Salvador Jorge Blanco.
El profesional de la carrera de Relaciones Internacionales, al igual que otros profesionales como los del Derecho, debe guiar su labor a través de principios éticos o un código de ética. Sin embargo, a diferencia de los profesionales del Derecho, cuyo código de ética está consolidado en un solo documento oficialmente aceptado, los profesionales de Relaciones Internacionales deben basarse en una variedad de leyes, reglamentos y resoluciones emanadas de los poderes del Estado.
Otro desafío es que el profesional de Relaciones Internacionales no se limita a una sola área de especialización. Me explico: un licenciado en Relaciones Internacionales no se desempeña únicamente en el ámbito diplomático, sino que puede trabajar en múltiples áreas relacionadas con su formación, tales como agencias de turismo, hoteles, seguros, bancos, aeropuertos y empresas multinacionales de impacto internacional, donde puede desarrollar funciones afines a su carrera.
En esta oportunidad, me concentraré en destacar los lineamientos éticos que deben guiar a un profesional de Relaciones Internacionales que elija desempeñarse como diplomático. Desde la perspectiva del Estado, esta función es de suma importancia, ya que un embajador o cónsul constituye una figura central en el derecho internacional público.
En un sentido amplio, podemos hablar de las conductas que un representante de un Estado no debe adoptar frente a otro, basándonos en la definición de ética y su etimología. Reafirmamos que la ética es una rama de la filosofía que se ocupa del estudio racional de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir, requiriendo reflexión y argumentación. El estudio de la ética se remonta a los orígenes mismos de la filosofía en la Antigua Grecia, y su desarrollo histórico ha sido extenso y variado.
En esta investigación, me centro en abordar la ética profesional o deontología, una rama de la ética cuyo propósito es establecer los deberes y obligaciones morales que deben asumir quienes ejercen una determinada profesión.
El diplomático debe ser leal y veraz, y debe actuar de buena fe. Por tanto, no debe realizar ningún acto fraudulento ni llevar a cabo acciones en el ejercicio de sus funciones que sean contrarias a la verdad o que atenten contra el Estado receptor. Además, un diplomático debe cuidar su imagen, tener estilo, buen gusto y, sobre todo, ser cortés.
Es esencial que un diplomático sea perspicaz, instruido, persuasivo y capaz de discernir los proyectos en el extranjero, no solo a través de palabras y actos, sino también mediante la interpretación de gestos y expresiones faciales. Debe evitar siempre la ofensa, la violencia, la ironía y la duplicidad, y debe responder con dignidad y respeto. Se expresará con energía si la situación lo requiere, pero siempre manteniendo la compostura y la moderación que el prestigioso carácter representativo de su cargo exige.
De acuerdo con Nicholson, un diplomático debe poseer las siguientes cualidades:
- Veracidad: Contribuye a una buena reputación y fortalece la credibilidad.
- Precisión: Implica certeza tanto intelectual como moral.
- Buen carácter: Incluye moderación y sutileza.
- Paciencia y calma: Permiten mantener la imparcialidad y la precisión.
- Modestia: Para no dejarse llevar por la vanidad o jactarse de sus victorias y éxitos.
- Lealtad: Hacia sus gobiernos y también hacia el país que los acoge.
El diplomático actúa como “los ojos y oídos de su país”, observando e informando sobre los acontecimientos políticos, económicos, culturales, militares, sociales y judiciales, así como cualquier otro aspecto que considere relevante para su nación.
Para un buen diplomático, no deben existir circunstancias que alteren su buen carácter. La lealtad de un diplomático es, ante todo, lealtad a la Patria, de la cual tiene el honor, el prestigio y la gran responsabilidad de representar. La lealtad se manifiesta en el cumplimiento fiel, noble y sin reservas de las obligaciones asumidas. Ser leal implica ser honrado, recto, íntegro, y mostrar estima y respeto hacia los demás.
El diplomático debe actuar siempre en función de la Patria que ha confiado en sus manos su bandera, para que la ame sobre todas las cosas, para que se inspire constantemente en su recuerdo sagrado y para que la honre cada día con su nombre. Como bien decía Napoleón, la primera virtud es la devoción a la patria.
Los diplomáticos deben confiar en que la Patria tiene razón, pero, con razón o sin ella, tienen la obligación de defenderla. El buen diplomático debe proceder de manera sincera en todas sus actuaciones, sin tratar de engañar a nadie, ya que esta es la única manera de ganar la confianza de los demás.
El diplomático debe aprender a esperar, y hacerlo con tranquilidad. Fray Luis de Granada decía que para quienes tienen paciencia, las pérdidas se convierten en ganancias, los trabajos en méritos y las batallas en victorias.
El diplomático tiene la obligación de responder a su país con su mejor trabajo, con su máximo esfuerzo y con una conducta ejemplar. Además del deber inherente a su cargo, el diplomático recibe un salario. Su país le paga para que trabaje a su servicio, no para que pase su tiempo descansando o buscando oportunidades de aparecer en las crónicas sociales de los periódicos.
Un deber fundamental para el diplomático es la formación académica continua; un conocimiento profundo y acertado del país receptor puede garantizar el éxito de su misión. El estudio y la preparación son, por excelencia, factores clave en la capacidad de resolver problemas.
En cuanto al secreto de sus funciones y del Estado, el diplomático debe obtener información por medios lícitos y a través de fuentes oficiales, compartiéndola con el Estado acreditante. Sin embargo, debe mantener estricta confidencialidad sobre las negociaciones que realiza con el país receptor, hasta que su publicación sea autorizada por el gobierno que representa.
Un negociador hábil no revela su estrategia antes del momento oportuno; sin embargo, debe saber disimular este sigilo ante aquellos con quienes trata, inspirándoles confianza al demostrarles sinceridad en aspectos que no perjudiquen sus propios objetivos. Esto lleva, de manera natural, a que se correspondan esas muestras de confianza con otros actos recíprocos en asuntos de mayor importancia. Por lo tanto, entre los negociadores existe una especie de intercambio mutuo de confidencias. Es necesario dar para recibir, y el más hábil es aquel que saca mayor provecho de este intercambio, al tener una visión más amplia para aprovechar las oportunidades que se presentan.
Entre los principales deberes de un diplomático se encuentran:
- Respetar las leyes y normas del Estado receptor.
- Abstenerse de inmiscuirse en los asuntos internos del Estado en el que está acreditado.
- Tratar los asuntos y comunicaciones a través del ministerio acordado previamente.
El diplomático debe poseer un dominio absoluto de sí mismo; su disposición debe ser tranquila y nunca agitada. Debe evitar a toda costa los arrebatos pasionales, que pueden ser altamente perjudiciales. Su objetivo debe ser la serenidad y la calma interior. No debe dejarse llevar por sus primeros impulsos, recordando siempre las palabras de Théophile Gautier, quien sostenía que los prudentes han prevalecido siempre sobre los audaces. La constancia de ánimo es lo que le permitirá mantener una posición favorable frente a los demás. Un diplomático debe reflexionar cuidadosamente sobre sus emociones, ideas, pensamientos, palabras y acciones.
La ética profesional es de suma importancia para cualquier profesional, ya que no solo exalta los deberes en su área específica, sino también en su vida personal. La ética no solo limita el ejercicio de una profesión dentro de ciertos parámetros, sino que también ayuda a guiar al profesional por un camino de rectitud y buen carácter.
En particular, espero que algún día podamos contar con un código de ética específico para los diplomáticos dominicanos, por el cual deban regirse. Este código debería enseñarse en las universidades y, especialmente, en la Escuela Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores. Actualmente, nuestro país no goza de una imagen muy favorable a nivel internacional, en parte porque algunos de nuestros representantes muestran una cultura de malgasto y desinterés en las actividades inherentes a sus funciones. En una ocasión, un diplomático de un país de la región me comentó que el diplomático dominicano solo participa en actividades cuando ve un beneficio económico. Este es un aspecto en el que debemos enfocar nuestros esfuerzos, sobre todo si queremos cambiar la percepción internacional de nuestro país. Esta imagen puede mejorarse si formamos adecuadamente a nuestros diplomáticos y si seleccionamos a estos profesionales basándonos en su capacidad y conocimiento del área.
Además de establecer un código de ética diplomático, es fundamental crear mecanismos de seguimiento y cumplimiento de estos deberes.
En términos finales, puedo concluir diciendo que, aunque cada profesional, según su formación, determina cuándo y cómo actuar éticamente, la falta de coerción en estos deberes a menudo resulta en su incumplimiento. Debemos comenzar a inculcar valores desde la educación básica y secundaria, y reforzarlos aún más en la educación superior, ya que es en esta etapa donde se forma un buen profesional.
Andrison Sánchez Medina
3. Resolución No.1-11 del MIREX
es un tema que a t0dos debe interesarnos por que hablando nos podemos comunicar mejor entre todos.
ResponderEliminar